Queridas Hermanas, AFJM y Compañeros de Misión,
En el misterio silencioso del tiempo de Dios, nos encontramos en el umbral del dolor y de la gratitud sagrada. El fallecimiento inesperado de nuestro querido Santo Padre, el Papa Francisco, no es solo un momento de pérdida, es una pausa santa que nos invita a reflexionar sobre una vida vivida enteramente para Dios y para los demás.
Aunque nuestros corazones lamentan su ausencia, también rebosan de agradecimiento por el don de su presencia entre nosotros: un hombre de profunda sencillez, fe inquebrantable y amor inagotable. La suya fue una vida derramada como una libación, eco de la vida de Cristo, ofrecida con humildad y dedicación al servicio de la humanidad.
Aquí en Roma, hemos tenido la bendición de acercarnos a sus restos mortales y permanecer en silenciosa reverencia ante nuestro pastor y maestro, quien nos guio con sabiduría, visión de futuro y compasión durante los últimos doce años. La interminable procesión de peregrinos – jóvenes y mayores, de todas las naciones, culturas y estratos sociales – que esperaron pacientemente durante horas para presentar sus respetos, dice mucho de lo profundamente que el Papa Francisco sirvió no sólo a la Iglesia, sino que también tocó el interior de la humanidad. Su presencia trascendió las fronteras, su amor no conoció límites.
Como Congregación, guardamos un lugar especial en nuestros corazones para el Santo Padre. Recordamos su mensaje y audiencia privada durante el 37º Capítulo General de 2019, sus palabras a los participantes en el Encuentro Internacional sobre la Misión Compartida en México en 2023, y la entrañable oración a San José que rezaba, extraída de nuestro Libro de Oración JM. Recordamos su estima por la Hna. Mª Asunción Calzetti de Argentina, su encuentro con as Hnas. Cecilia Gaudette y Mª Ángeles Aliño en 2013, así como mis encuentros personales con él a lo largo de estos años… todo ello está grabado en nuestros corazones, donde su calidez, humildad y amor paternal irradiaban el corazón misericordioso de Dios.
El Papa Francisco fue la personificación de la sencillez evangélica: un humilde servidor que reflejaba el amor de Cristo por los marginados, una voz profética por la paz y la inclusión, y un incansable defensor de una Iglesia que acoge a todos. Reformó el Vaticano, promoviendo la transparencia y nombrando mujeres para puestos clave de liderazgo. Nos exhortó a cuidar nuestra «casa común» y a recorrer el camino del discernimiento y la Sinodalidad. En él, vimos no solo a un líder, sino a alguien cuya vida era el mensaje. Verdaderamente, hemos tenido el privilegio de ser sus contemporáneos. Somos «sus testigos».
Permitamos que su legado moldee nuestro propio camino: vivir con ternura, actuar con valentía y servir con alegría. En estos días de incertidumbre global, que nos levantemos como portadores de su sueño: un mundo más compasivo, donde cada persona sea vista, escuchada y apreciada, comenzando en nuestros hogares, nuestras comunidades y la sociedad en general.
En un tono más personal, quisiera compartir un momento que permanece grabado en mi corazón. En la madrugada del 23 de abril, dos de nosotras nos dirigimos silenciosamente al Vaticano a las 4:00 a. m. En el silencio de esa hora sagrada, con solo un puñado de personas reunidas, nos sentamos junto al cuerpo. Allí, envueltas en silencio, pasamos casi una hora en oración, llevándoos a todas en mi corazón, las necesidades de nuestra Congregación y de nuestro mundo. Hoy, en nombre de toda la Congregación, con el corazón lleno de amor y gratitud, muchas de nosotras —el Tercer Año, la comunidad y el Consejo General— nos hemos reunido en el solemne funeral, para darle nuestro último adiós a nuestro querido Santo Padre.
Mientras el Colegio Cardenalicio se reúne en oración y discernimiento, elevamos nuestros corazones en unidad, invocando al Espíritu Santo para que los guíe con sabiduría, claridad y amor en la elección del próximo sucesor de Pedro.
Y mientras continuamos nuestra peregrinación, confiemos los próximos días al cálido abrazo de María nuestra Madre y de nuestra querida Santa Claudina. Que su presencia maternal nos envuelva y nos guíe hacia adelante, mientras llevamos la luz de la esperanza a un mundo que anhela sanación y paz.
Con bendiciones y profunda reverencia,
Mónica Joseph RJM
Superiora General